jueves, 11 de septiembre de 2014

Sistema Penitenciario: Queda todo por hacer

No ha habido una crisis más previsible que la que actualmente afecta al Sistema Penitenciario (SP).


Así como Edgar Camargo, Byron Lima y el resto de acusados no son los constituyentes del desastre en el sistema carcelario del país, tampoco son los traslados de reos lo único que se transa –y que es punible- al interior de las cárceles, con el consentimiento de los empleados penitenciarios en todos los niveles de mando.

Para cualquiera que conozca alguna de las cárceles del país, no es secreto que el origen del problema está en que estas funcionan con base en excepciones. Pareciera accesorio el hecho de que existe una ley y un reglamento que rigen el sistema –y que todos los reos deberían de ser iguales ante estos-, porque todo es admisible siempre y cuando esté enumerado en el permiso que supuestamente otorga la Dirección General. Tampoco es secreto que no todos esos permisos son auténticos, ni que la mayoría son obtenidos –en el caso en que sí lo sean- por quienes han logrado alguna cuota de poder dentro de la cárcel que los resguarda, ya sea porque son voceros del sector al que pertenecen, o porque continúan teniendo vínculos –incluso a nivel directivo- con sus estructuras criminales.

El logro de las capturas es laudable, sin duda, dado el persistente contexto de complicidad que garantiza la impunidad en el país. Sin embargo, se debe de analizar y cuestionar más allá de lo que ya ha sido dicho por la fiscalía, y la atención debe de dirigirse hacia las acciones del Ministro de Gobernación en cuanto al nombramiento del nuevo director, la efectiva toma de control de las cárceles, y el intento por depurar el sistema. Más importante aún, es cuestionar cuáles son los mecanismos más efectivos para evitar que reos y empleados del SP alcancen cuotas de poder que les permita abusar de su posición, considerando los incentivos a los que se enfrentan.

La militarización de las cárceles es una respuesta rápida –aunque necesariamente temporal- para suplantar las funciones de la Inspectoría General del SP, que ha demostrado ser inefectiva para echar en tierra las estructuras delictivas internas, así como el resto del sistema ha sido incapaz de garantizar su dominio. La destitución de otros funcionarios con potenciales vínculos con los ya detenidos, o con otros grupos que podrían estar delinquiendo al interior del sistema, es otra acción que podría incidir positivamente, pero en un plazo muy corto. La solución, de nuevo, apunta hacia la incorporación de controles internos y el establecimiento de incentivos para promover el apego a las normas en el personal penitenciario. Todo ello, sin duda, acompañado del tratamiento de otras necesidades que constantemente se recuerdan, como la ampliación de la infraestructura para reducir el hacinamiento carcelario.

En un plazo mayor, es necesario dar seguimiento a la definición de la política penitenciaria y a la efectiva implementación de programas para la rehabilitación y la reinserción social de los reos, que son otras de las funciones del sistema y que suelen permanecer olvidadas, ante las otras desbordantes necesidades del SP. 

Es importante no perder el enfoque, concentrarse en recuperar la institucionalidad del sistema y no equivocarse creyendo que dando castigo a una, dos o trece personas, los problemas del SP estarán resueltos, especialmente si el resto del sistema continúa operando de la misma manera. Sin duda, es mucho lo que queda por hacer.